Día de mercado en Castro Marim


Castro Marim recuerda la importancia de su pasado medieval, no sólo con su fastuoso Castillo, el que fue sede de la Orden de Cristo, sino también por mantener los segundos sábados de cada mes la tradición del mercado. Es uno de los días más importantes que vive la ciudad y que sorprende en muchas ocasiones a quienes toman la primera salida de la autopista del Algarve, esa que junto con la Monte Gordo, no tiene peaje. El día de mercado es una auténtica fiesta.


Antes de llegar a la rotonda presidida por el original monumento de un caballero medieval, los conductores se ven sorprendidos por el aparcamiento de numerosos coches en los arcenes y por furgonetas paradas junto a la carretera, convertidas en puesto de grandes sacos de patatas o lustrosa fruta. 



El mercado de Castro Marim es casi como un foro internacional, de esos que tanto se estilan ahora, pero en pequeñas dimensiones. Un punto de encuentro de portugueses con sus vecinos españoles más cercanos, a los que se suman una gran colonia de holandeses que acuden en bicicleta, franceses cada días más asiduos en el Algarve o británicos, omnipresentes en todos los rincones de la región.


Las calles del mercado conforman una especie de ‘torre de babel’ en la que puedes escuchar los nombres de plantas, frutas o verduras en distintos idiomas. 



Para mi amigo Esteban aquí se concentra la mejor oferta de plantas y semillas de, al menos, todo el sotavento algarvio.



Ese sábado para él la visita es ineludible buscando también a la señora que le trae esos huevos de campos, los de la yema amarilla a reventar; a ese hortelano que le vende la semillas de los tomates rosados; al vendedor de esas sabrosas naranjas de Silves y al de ese gran surtido de quesos para acompañar un gran pan casero.






Siempre son pocas las bolsas para cargar aceitunas, bacalao, legumbres, mermeladas caseras, la miel, el culantro o la flor do sal, el producto por excelencia de Castro Marim, fruto de sus salinas.





Claro que si te quedas sin bolsas, para eso están esos bonitos cestos artesanales de Furnazinhas y Odeleite.


En cualquier mercadillo del Algarve que se precie, entre los puestos de fruta, embutidos o o queso, no pueden faltar los de esos grandes churros rellenos (farturas), que hacen las delicias de los más pequeños.



El mercado continúa con largos pasadizos de toldos bajos los que encuentras 'gangas' de tejidos, sábanas, paños, calzado, ropa..., de todo un poco y con un acento muy portugués.



Si te dejas guiar por el olor acabas llegando a la explanada junto a la Casa do Sal, el principal espacio expositivo del pueblo. 


Allí la zona está reservada para los asadores de pollo y entorno a ellos se disponen varias mesas y bancadas para disfrutar de los más jugosos grelhados acompañados por vinos a granel de Pias


Para mi prima Belén y Miguel, que han encontrado en Ayamonte su segunda casa, estos pollos deberían estar incluidos en las guías gastronómicas de Portugal.


Dentro del street food, tan de moda en el mundo entero, los asadores de pollo con piri piri de los mercados algarvios deberían ser sin ninguna duda una referencia.


La comida con frecuencia acaba siendo animada por el compás del acordeón de los Mato Bravo, una de las formaciones emblemáticas de Castro Marim, un municipio donde el instrumento que más identifica a Portugal tiene un papel relevante en su oferta cultural.


El segundo sábado de mes es para Castro Marim un día de alegría, de animación, de gentío, de música, de muchas sensaciones. Una estampa además preciosa y distinta de esta villa medieval.







A los pies del castillo se vende cualquier cosa, ¿y por qué no?


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