¿Quién no ha querido alguna vez dormir en un Palacio? ¿Despertarse y tomar café en un majestuoso salón y recibir el día en sus esplendorosos jardines? No hay que poseer ni un título nobiliario, ni una inmensa fortuna para hacerlo, también el Algarve te brinda esta experiencia de cuento en la Posada del Palacio de Estoi. Hoy te contamos la nuestra.
Siempre que alguien nos pide sugerencias en el Algarve, en la lista, que es extensa, no puede faltar el Palacio de Estoi, aunque sea para tomar un rico café en sus salones o una copa de vino en esos indescriptibles atardeceres de primavera y verano en sus terrazas.
Estoi es un pequeño pueblo situado a medio camino entre Faro y São Brás de Alportel. Pequeño pero lleno de cosas interesantes. No sólo está el Palacio y sus preciosos jardines, también la ruinas romanas de Milreu, con restos desde el siglo I y donde se conserva una gran vivienda romana, en la que dicen que habitó el gobernador romano de la Ossonoba.
Otro foco de atracción es el mercadillo que se celebra el segundo domingo del mes, uno de los mayores de la región.
Y a ello puedes sumar el encanto en sí del pueblo, presidido por su Iglesia, en torno a la cual se sitúan las casas y mansiones de antiguas y adineradas familias que eligieron este lugar para vivir.
Llegamos al Palacio por la estrecha calle que recorre sus jardines, al atardecer con un paisaje privilegiado, cientos de almendros en flor, que extendían un manto blanco por los campos colindantes. No es extraño que la princesa Gilda recordara la nieve en el Algarve ante este espectáculo natural anterior a la primavera.
La calle que lleva a la Posada, donde están los aparcamientos, nos recuerda quien fue el responsable de esta gran mansión, un caballero de armas oriundo de Tavira, Fco Carvalhal e Vasconcelos, que tras la muerte de su padre heredó una gran Quinta en Estoi, en la que quiso reproducir el Palacio de Queluz con jardines a la francesa y decoración a la italiana. Un ejemplo en toda regla de la arquitectura Rococó nacida en París por aquel tiempo.
Entonces corría el año 1782 y para tal ambicioso proyecto el caballero de armas contó con la participación de un arquitecto real, gracias a la amistad de su mujer con la reina. El Palacio, que acabó siendo conocido como ‘el Jardim’, acogió grandes fiestas, entre ellas, una para el gobernador francés en la época de la invasión napoleónica, que acabaría pasando factura a la propiedad, una vez que los franceses abandonaron la península.
Aunque en la puerta misma de la recepción te parezca sorprendente el edificio, con la torre rosada de su capilla despuntando al cielo, no es nada para lo que te espera dentro. La recepción, con un diseño totalmente moderno, sirve de integración de las dos grandes alas contrapuestas de este hotel. A la derecha, los ascensores y escaleras bajan a las habitaciones, el mini gimnasio, pequeña piscina cubierta y el spa, con salida a una preciosa piscina exterior.
Los dormitorios son grandes estancias donde prima el confort en todos sus elementos, con una gran terraza abierta al campo y hacia el pueblo, donde es un lujo despertarse o despedir el día.
Si en el ala derecha triunfa el minimalismo, el ala izquierda es un compendio de elementos rococó y barroco. Aquí se concentran las dependencias del Palacio original, la capilla, dos grandes salones, la cocina y el acceso al jardín, una recreación del ‘paraíso’.
Es majestuosa la imagen de esa gran fachada estucada en color rosado con los jardines a sus pies, conformado con un laberinto de caminos que te llevan a rincones sorprendentes, donde evadirte del mundo. ¡No es de extrañar que sean de interés público!
Los dos salones son otras de sus joyas, en estas estancias se quiso reproducir la decoración del Palacio Vale Flor de Lisboa en su primera restauración por el Vizconde.
En este ambiente se sirve cada mañana el café, bizcochos recién hechos, confituras caseras, zumos de naranjas, panes de la zona, ¡qué lujo desayunar en Palacio!, aunque también puedes disfrutar de la cena de un auténtico marqués.
Si al entrar en el Palacio siempre te da la sensación de vivir algo especial, ni que decir tiene que dormir en sus estancias, comer en sus salones y pasear por sus jardines es una experiencia inolvidable, al menos lo fue para nosotros. José Saramago también llevaba razón cuando propuso que quien no tuviera ideas muy definidas de un palacio, mirara el jardín de Estoi.
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