Feria de Artesanía y Etnografía de Alcoutim



En un día de apariencia más otoñal que pre veraniego nos pusimos rumbo a la playa fluvial de Alcoutim, uno de nuestros escondites estivales para esos días de excesiva bulla junto al océano. Aquella vez no íbamos con fiambreras y barca hinchable a pasar el día, aquella vez íbamos a conocer la identidad de sus gentes y de sus aldeas en la Feria de Artesanía y Etnografía, un entrañable homenaje a la herencia.


Por mucho que la frecuente para mi sigue resultando sorprendente que a las afueras de Alcoutim, entre huertos con animales y naranjos, se esconda un oasis muy sui generis; una playa construida en torno a un afluente del Guadiana, con su arena, sombrillas y chiringuitos.


Aquel día este entorno que tanto nos gusta a toda la familia presentaba una escena muy diferente a la veraniega. La explanada de césped para el descanso, los merenderos y los aparcamientos estaban salpicados de casetas y artículos que recreaban las escenas más entrañables del pasado de las pequeñas poblaciones que conforman el término municipal de Alcoutim.


Nuestro primer encuentro, nada más atravesar la portada que daba paso a la feria, fue con una antigua escuela. Jaime no resistió en sentarse en aquel viejo pupitre de madera, tan distinto al de su cole, y en ojear los arcaicos mapas y cuartillas escolares.


Los objetos de aquel stand provenían del museo de la Escola Primaria de la aldea de Santa Justa, una zona expositiva centrada en los métodos educativos del Estado Novo o el salazarismo con la que se formaron muchas generaciones de portugueses en las décadas 40, 50 y 60.


De la escuela saltamos al kiosco que reproducía una antigua taberna, una escenificación magnífica de cómo eran aquellos lugares de la trastienda del contrabando. Un espacio donde desahogarse del duro trabajo o de un amor no correspondido con ese vino amargo de la canción. En un espacio como este no imagino otro sonido que no fuera el fado.


De la recreación de la antigua cocina y comedor quedamos todos prendados. Era un regreso a los fogones de la huerta de mi tía abuela María. Aquellos platos de latas eran los mismos de su despensa.


Yo estaba especialmente entusiasmada con las preciosas ollas, platos, tazas, copas de licor, bandejas, lebrillos de barro.


Nada se cocinaba en el fuego, pero no hacía falta, tan sólo contemplando aquella escena nos llegaban los olores a los ricos guisos de nuestra infancia.


A Jaime le encantó la recreación de la barbería, sobre todo aquel sillón para él completamente desconocido en el que su padre simuló afeitarlo a navaja.



Y luego, en el fondo, no podía faltar una recreación de las pequeñas ermitas e iglesias del territorio; un recuerdo a la devoción a San Antonio o a Fátima, que tan vive sigue en esta población.


El jardín lo adornaban baúles, aperos de labranza, fotos en sepia de ilustres personajes del municipio y grandes muñecas, similares a las famosas bonecas de la aldea de Martim Longo, las que hacen con yuta sus mujeres desde hace 30 años, retratando en ellas a sus vecinos.


Entre las casetas dedicadas al recuerdo estaban otras de caña para los artesanos de la zona. Hombres y mujeres que conservan oficios ya desconocidos para muchos.



Estaba Emidio confeccionando las redes para la pesca en el río o a António demostrando sus habilidades con la caña en múltiples facetas.



Había puestos de tejidos, de cerámica y, cómo no, de dulces caseros y licores, los más ricos que puedas probar.



En cualquier feria o evento portugués la comida tiene que tener un lugar relevante, aquí también. Todo se festeja mejor con un vino y un buen plato por medio. Y para ello había grandes bancadas, protegidas de la lluvia de aquel día, y alpacas con mesas conformado una zona picnic en el césped.


Los caracoles y la cerveza los disfrutamos oyendo las canciones de las gentes de a asociación A Moira, inspiradores de este evento. Me encanta esta forma que tiene Alcoutim de sacar a la luz sus recuerdos, de poner en valor el trabajo silencioso de sus gentes, de engancharnos con sus tradiciones y artes.


Me gusta el ambiente que se respira en esta feria porque tiene mucho que ver con las formas y modos de mis abuelos; porque despierta la nostalgia por un tiempo que no viví pero que me provoca emoción y respeto.

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