Playa de Três Irmãos, un escondite entre acantilados



La imagen más significativa del Algarve es quizá la de una bonita y recóndita cala entre acantilados, esos que ellos conocen como falesias, grandes montañas rocosas esculpidas junto al mar por la mano de la erosión. Las calas algarvias son preciosos escondites para tumbarte al sol y bañarte en aguas turquesas rodeadas de rocas y una de esas calas es la de Três Irmãos en Alvor. Un lugar especial con muchos encantos, como el de bajar por un ascensor escondido entre las rocas, o el de comer, con el mar en los pies, en un restaurante incrustado en el mismo acantilado. Es una pequeña aventura llegar hasta aquí, pero te aseguro que cuando lo hagas vas a vivir una experiencia inolvidable.


En la carretera por la costa que une Portimão, desde Praia da Rocha, con el pueblo pesquero de Alvor, poco antes de llegar al hotel Alvor Pestana, se encuentra el resort Aldeamento de Prainha, un complejo integrado por un hotel y apartamentos ubicados en las típicas casitas algarvias, rodeado de jardines, piscinas y con unas magníficas vistas del extenso arenal que llega hasta la ría de Alvor.


Prainha es un excelente mirador del océano, pero además a sus pies, debajo de un acantilado esconde una cala muy especial, la de Três Irmãos.


El nombre se debe a tres grandes piedras que sobresalen del agua y que, como casi todo en el Algarve, tiene su propia leyenda. Cuenta el legendario popular que los peñascos representan tres hermanos pescadores, que quedaron petrificados en una noche de tormenta, en las que la divinidad le negó su providencia por el incumplimiento de las promesas de sus familiares.


El resort de Prainha tiene, en la misma carretera, una de sus puertas abiertas para el acceso del público y, con suerte, puedes encontrar aparcamiento en alguna de sus calles y bajar desde aquí a la playa.


Lo puedes hacer descendiendo por una escalinata situada en el oeste y que sale hacia la cala del hotel Pestana Alvor. Y una vez allí, atravesando pequeños pasillos entre las rocas, que se llenan y vacían con el efecto de las mareas, acabas entrando en la cala de Três Irmãos.


Lo puedes hacer también bajando por una larga escalera en el acantilado del resort, frente al océano, y por el ascensor dentro de la gran roca que, tras un largo y oscuro tunel, te lleva al restaurante Caniço, uno de los lugares más típicos y especiales del Algarve, que no te puedes perder, aunque sea tan solo para tomar un rico aperitivo frente al mar.



Para mi Caniço es uno de los restaurantes más especiales y románticos del Algarve. No es barato (unos 40 euros por persona sin excederte), pero el lugar y la comida, con sus ricos arroces y una gran variedad de mariscos y pescados asados con abundante guarnición, merecen el capricho.



El salón del restaurante parece incrustado con un calzador en el hueco de la roca y la terraza, una cubierta con un típico alpendre de caña y la otra al aire libre, son dos miradores únicos hacia un mar especialmente azul.


Caniço es tan exclusivo, que no es raro que se haya convertido en un lugar para casarse o celebrar grandes fiestas en la arena misma de la cala, como la que compartimos el pasado año, una edición más de Soul in the Algarve, que cada mes de mayo llena de música y ambiente la playa.


Três Irmãos no es en sí una playa, la bajada y subida del mar, convierten este arenal en tres diferentes calas, a las que se accede por sus conocidos arcos en las rocas.


Bajo los acantilados, alicatados con flores y arbustos, y en ambos lados del restaurante O Caniço, se van conformando diferentes playas más grandes o pequeñas, según la altura del mar y donde los visitantes van buscando el rincón para su sombrilla, echar la siesta o bañarse entre las rocas.


Aunque el lugar parezca recóndito, también se llena en verano, e incluso los 'boliñeros' acaban paseando por aquí y ofreciendo sus dulces.


Três Irmãos es una de mis recomendaciones para todo el que visita el barlovento algarvio. Sobre todo, es imprescindible ese paseo desde el principio de la playa de Alvor hasta estas calas, sorteando rocas y pasando por estrechos acantilados hasta descubrir, como un gran explorador, este pequeño paraíso.


Una vez que llegas aquí, el viaje ha merecido la pena, sobre todo si buscas lugares genuinos, de esos que no te cansas de enseñar fotografías.

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