Moncarapacho, el refugio rural del Algarve


 


Cuando alguien me pregunta por el mejor mercadillo del Algarve, no sé qué contestar. Son tantos, son tan diferentes. Cada uno de ellos merece una visita por algún motivo distinto. No hace mucho visitamos el de Moncarapacho, una localidad encantadora del Barrocal, escondida entre Tavira y Olhão, famosa por sus cerámicas y la excelencia de su aceite. Fue una mañana de domingo excepcional, de compras en aquellas largas calles de puestos, de cervezas, vino y queso para festejar el descubrimiento del nuevo mercado. El evento se repite el primer domingo de cada mes y llena de algarabía uno de los refugios rurales más tranquilos de la región.


El Algarve tiene una faceta rural con mucha magia, Moncarapacho es un buen ejemplo de ello.


Este pueblo, oculto en muchas guías, se ubica por encima de Fuseta, poco antes de llegar a Olhão, elevado sobre el mar e inserto en un paraje precioso, rodeado de olivos, madroños, frutales, o el apreciado tomillo cabezudo.


La localidad está en un entorno idílico, entre bonitos campos donde te tropiezas con viejas norias de agua, lavaderos, puentes de piedra, o lagares como el de Monterosa, donde se produce uno de los doce mejores aceites de oliva extra del mundo. Una quinta que puedes visitar para probar y comprar el oro liquido monovarietal que consumen los grandes chefs y miembros de la realeza.


La zona está salpicada de hoteles rurales con gran encanto; refugios coquetos y tranquilos en medio del campo, entre caminos de tierra. Vila Monte, Monte da Lúa, Quinta dos Poetas, Quinta Pereiro, O Tartufo son algunos escondites perfectos para el turista que aspira a descansar, dormir o leer escuchando exclusivamente los sonidos del campo. Visitantes que buscan en el Algarve un retiro de tranquilidad, el aire puro de sus campos o la sintonía con las costumbres y los modos de vida de sus habitantes.


Uno de los eventos sociales más importantes de esta localidad, después de su famoso carnaval o su feria de artesanía en el ecuador del verano, es el mercado del primer domingo de mes.


Ese día, el sosiego de esta anciana aldea de vocación agrícola, la más antigua de Olhão, apreciada por sus higueras, olivos y vides, se llena de visitantes, de alegría, de algarabía; es como un día de fiesta.


En una estancia veraniega en Vila Monte nos cautivó este pequeño pueblo algarvio. Disfrutamos de la rica comida del restaurante António y de las suculentas parrilladas del restaurante Colibri. 


Nos recreamos del sonido de las campanas de su iglesia renacentista con un café matutino en su plaza; hicimos un excursión al Monte Figo o Cerro de São Miguel, un día donde las nubes no nos dejaron mucho disfrutar de una de las mejores panorámicas de toda la costa del Algarve; y nos llevamos de recuerdo algunas piezas de la afamada cerámica de su Olharia Moncarapachense.


Después de algún tiempo sin parar por aquí, volvimos a Moncarapacho a divertirnos ahora con su mercado y vaya si lo hicimos. 


Nada más entrar en la localidad, los viandantes por los arcenes de la carretera con numerosas bolsas y los coches aparcados en ambos lados nos anunciaban el día de mercado. Casi en frente de la gran Casa do Povo, donde el domingo hay tradición vespertina de ‘chás dançantes’ (la hora del té con actuaciones musicales y bailes), dejamos aparcado el coche para comenzar la aventura. 


Nunca habíamos imaginado que Moncarapacho acogiera en torno a su cementerio uno de los mercados más extensos y variados de todo el Algarve, muy similar en extensión al de la cercana Estoi, que lo celebra una semana después.


Los puestos de churros rellenos, farturas, filhos y castañas abrían una larga calle de puestos de ropa, bolsos y zapatos.


La avenida principal, bajo un túnel de toldos, desembocaba en una especie de plaza, aglutinando a los vendedores de conservas, dulces, quesos y embutidos.


Entre ellos los productores locales mostraban también su mercancía recién cogida de la huerta, como los excelentes aguacates y los tomates rosados que compramos aquel día. 



Y junto a ellos pequeños jardines improvisados en la calzada con macetas de plantas, frutales y flores de todos los colores.


También las expertas reposteras del lugar mostraban sus golosos bizcochos, estrellas algarvias, galletas…Provocaciones en las que siempre se acaba cayendo. 


Cada tenderete en sí es una sorpresa: algunos por las grandes ofertas en precios y productos y, otros, por la autenticidad de su oferta, con un muestrario de los productos más típicos del Algarve, como los higos, las almendras, el folar, el pan casero...



Como buen exponente de la Dieta Mediterránea, en el Algarve y en Moncarapacho, cualquier evento social va asociado a la comida y la bebida. La visita al mercado lleva implícita una parada en las numerosas carpas de comida instaladas junto al mismo campo.


Ese día las grandes parrillas no paran toda la mañana de asar pollo y 'bifanas', convirtiendo los extremos del mercado en un punto de convivencia de foráneos y visitantes en torno a una cerveza bien fría. 


A esa convivencia domincial también nos sumamos nosotros aquel día, festejando el reencuentro con Moncarapacho y el descubrimiento de su mercado con un brindis y un rico queso en aquellas mesas improvisadas próximas a los olivos y naranjos. 



En Moncarapacho nada está creado para el turista, todo es auténtico. Aquí no hay superficialidad ni esnobismo, lo que es, lo que hay, es lo que ves; y eso te hace experimentar sensaciones y vivencias que siendo comunes y corrientes son realmente sensibles y remueven tu sensibilidad. En esta tierra lo corriente y lo sencillo acaba haciéndose sublime para el visitante. 




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