La playa de Terra Estreita





Uno de esos rincones maravillosos que tiene Tavira, de esos que le dan fama en el mundo entero, es Terra Estreita, la playa de la villa marinera de Santa Luzia. Un arenal a medio camino de la playa de la isla de Tavira y de la de Barril, de arena sedosa y aguas transparentes. Otro paraíso más de la Ría Formosa.


Parte del verano en mi casa se pasa navegando por la Ría Formosa, y eso que barco no hay. Pero para eso están las barcazas, aquataxis y ferris en cualquier puerto que te llevan y traen a esas playas tan bonitas entre la ría y el Atlántico. Esos viajes, aunque cortos, te dan una sensación de libertad y también de aventura indescriptible. Por mucho que vayas y vuelvas, nos pierdes la ilusión en el trayecto de encontrar un pequeño paraíso para pasar el día, y vaya si lo encuentras.


El último trayecto ha sido hacia Terra Estreita; hemos ido a reconciliarnos con una playa que, por uno u otro motivo no pisábamos desde hacía algunos años, y claro hemos vuelto de nuevo seducidos por esta lengua de arena entre la playa de la isla de Tavira y la de Barril, que debe su nombre precisamente a su extensión más corta en relación a las playas vecinas. Terra Estreita tiene, según las enciclopedias, tan solo 250 metros de ancho, pero como todo en la vida lo importante es la calidad, no la cantidad.


La excursión a Terra Estreita merece la pena no sólo por el destino, sino por toda la atmósfera que la envuelve. Es encantador el puerto de partida, la aldea pesquera de Santa Luzia, quizá el enclave con más sabor marinero desde Tavira a Vila Real de Santo António. Esa villa de casas pintorescas, recubiertas de azulejos y engalanadas con frisos, donde las puertas y ventanas están siempre abiertas.



Desde hace siglos este punto de la costa vive de la pesca, primero de la morralla, luego del atún, que dejó de herencia la vieja almadraba de Barril, y más tarde del pulpo, el famoso ‘polvo’. La captura del cefalópodo en esta zona a través del alcatruz, esa vasija de barro que los atrapa, le dio fama a Santa Luzia en el mundo entero y la convirtió en los años 80 en la ‘capital do polvo’.


Aunque ya no hay tanta pesca como en otros tiempos, Santa Luzia sigue teniendo esencia marinera. El borde de la ría por aquí continúa repleto de barcos de pesca, y junto a ellos, en los almacenes de pesca, se exponen las vasijas y los aperos secándose al sol.


Y, por supuesto, como todo puerto pesquero, uno de sus fuertes es su rica gastronomía, en la que el pulpo y el pescado son los protagonistas de una extensa y buena oferta de restauración.


Antes o después del viaje en barco a la playa es obligatorio el paseo pausado, al mismo ritmo que el pueblo, por sus estrechas calles o por el borde la ría, viendo los barcos y los pescadores en sus labores. Y antes o después del viaje es obligatorio una parada en alguno de sus restaurantes en Casa do Polvo, en Polvo&Companhia, en Casa do Abade o bien en la coqueta Tasquinha do Bruno, junto a la iglesia.


Desde mayo a septiembre, Santa Luzia se ve más que nunca invadida por los turistas que llegan a la zona riberinha a coger el barco hacia la playa de Terra Estreita, un ferry que hace de manera continua el camino de ida y vuelta por el precio de 2 euros.


El viaje es corto, pero hay que disfrutarlo intensamente. Disfrutar de sus vistas hacia la fachada del pueblo, de esa brisa refrescante que va acariciando agradablemente el cuerpo en los días calurosos, de la aves lanzándose hacia el agua buscado la comida del día, del horizonte hacia Tavira, o de la puesta de sol al volver.


Tienes poco tiempo para sentirlo todo, pero el suficiente, ya que en cuestión de minutos desembarcas en un arenal de dunas, protegidas por un puente suspendido de madera que une el embarcadero de la isla con la playa.



Una playa que suele congregar a sus visitantes junto al bar y las sombrillas, pero que se va quedando solitaria en los tramos más lejanos hacia la playa de Tavira y de Barril.


Se me había olvidado lo espectacular que es el agua aquí. Transparente como un cristal, verdosa a la lejanía, templada y divertida casi siempre con esas olas que te hacen sentir como un niño. Para los que nos gusta bañarnos en el mar, qué más se puede pedir.


Se me había olvidado también lo rica que es su arena blanca, suave y calentita, para acurrucarse a echar la siesta bajo la sombrilla.


Y se me había olvidado además lo impresionante que es el sol desde aquí, un gran foco que baja hacia el Cerro de São Miguel e ilumina de una manera especial la Ría Formosa al avanzar la tarde.


Quizá todo lo que les cuento esté endulzado por la felicidad que supuso el reencuentro con Terra Estreita y la confirmación, una vez más, de que la Ría Formosa es una de las maravillas de Portugal.

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