Caminante no hay camino, se hace camino al andar, y también se hace turismo; andando se descubren rincones escondidos, se forjan amigos y hasta se aprenden oficios. Algo así nos ocurrió a nosotros el pasado año cuando pasamos una ‘Mañana con el pastor’ en el Festival de Caminatas de Alcoutim. Desde aquel día hubo un antes y un después para mi hijo, que todavía quiere pasar por la aldea de Corte da Seda para visitar ‘sus cabras’.
Uno de los grandes atractivos que tiene todo el municipio de Alcoutim es la belleza de sus campos. Un territorio de más de 500 kilómetros cuadrados con unos paisajes de impresión junto al río Guadiana, con pequeños pueblos casi desiertos, con una playa fluvial encantadora, con costumbres arraigadas y con las huellas salpicadas de viejas civilizaciones.
No puedes llegar a imaginar lo que te seducirá ‘este otro Algarve’ hasta que lo conozcas. Y la mejor manera de hacerlo, créanme, es caminando. Precisamente para ello, tienes a tu disposición hasta 8 senderos señalizados por todo su territorio, que tú mismo puedes realizar. Paso a paso te vas a topar con esos pequeños detalles que le dan autenticidad a Alcoutim.
Cientos de veces habíamos visitado el pueblo de Alcoutim, pero nunca antes lo vimos y sentimos como aquella mañana de domingo. Una mañana primaveral que acompañamos a un pastor local en su trabajo, guiando por los campos sus cabras algarvias. Esa raza autóctona en vía de extinción. Un ganado cuyo censo se estima en 18 machos y unas 4.500 hembras y que produce una gran cantidad de leche, hasta 1,6 litros al día.
Partimos un poco desorientados hacia Corte da Seda, el punto de encuentro fijado por la Cámara para participar en este sendero. No obstante, fue fácil llegar, tan solo seguimos la carretera hacia Alcoutim hasta encontrar un letrero que nos indicaba la aldea. Un pequeño lugar que hasta el momento había pasado desapercibido para nosotros, pero que ya no vamos a olvidar.
En la entrada del pueblo las cabras ya estaban esperando inquietas la salida de su corral.
Sin embargo, antes de formar la expedición ‘internacional’ que aquel día acompañaría al pastor, curioseamos un rato por aquella pintoresca aldea. Escudriñamos viejas casas abandonadas, investigamos por sus callejuelas y disfrutamos de los olores de las plantas y arbustos que adornaban las fachadas.
Después de examinar cada detalle de aquella aldea, los integrantes de aquella expedición, portugueses y españoles de diferentes lugares y edades, nos fuimos agrupando para recibir las instrucciones sobre el desarrollo de nuestro paseo y, por fin, conocimos a nuestro pastor en la puerta misma de su casa.
Una guía que rompía todos nuestros estereotipos del pastor. Un chico joven, a la moda, charlatán, que se entretenía con su móvil cuando su ganado pastaba. Una nueva generación que asegura el mantenimiento del oficio milenario de su familia en estas tierras.
Con un tentempié de cortesía de los organizadores, un barrita energética de algarroba, almendra y miel, con la que los algarvios 'reinventan' sus productos locales, comenzamos la aventura de aquella mañana, porque aquel sendero acabaría convirtiéndose en una divertida hazaña inesperada.
Siguiendo a nuestro pastor, abrimos las puertas del corral, e iniciamos nuestro paseo. Nos integramos prácticamente en la manada y a su ritmo caminamos por aquellas tierras salpicadas de hierbas aromáticas. A veces casi al trote, y a veces con largas paradas, porque aquí quien mandan siempre son los animales. Ellos van estableciendo el ritmo, buscando en las hierbas el camino su propia comida, aunque a más de uno lo pretendieran dejar sin los cordones de los zapatos.
Fuimos recorriendo preciosos parajes; subiendo hasta cerros desde donde se divisaban los modernos molinos de viento en el Andévalo, donde las tierras españolas y portuguesas se fundían en un mismo cuadro ibérico, quizá uno de los que imaginara Saramago, en el que era imposible constatar la existencia de una frontera.
En más de una hora de ruta hubo tiempo para todo; para contemplar los paisajes, para conocernos entre nosotros, y para saber mucho más del hábitat de las cabras en estas tierras algarvias y de los usos de sus pastores.
Nos topamos con la flor de cardo, con la que precisamente se cuaja la leche de estas cabras en las queserías de la zona, como la de Azinhal, y con la que se elabora un delicioso y biológico queso fresco, yo me atrevería a decir que único.
Hasta el momento la experiencia ya había valido la pena, pero, sin imaginarlo, lo mejor estaba por llegar. La primera sorpresa la trajo el padre de nuestro pastor con un todoterreno que se adentró en aquellos campos.
Y debajo de un olivo colocó una gran alfombra y sobre ella un delicioso desayuno serrano. Pan artesano, queso fresco que ellos mismos hacen en casa, aceitunas, miel casera, vino... Aquellos manjares, sabían a gloria, allí tumbados, resguardados del sol bajo los árboles y con una animada conversación.
Después de aquella parada había que emprender el camino de vuelta, sin embargo los niños prefirieron tomar un atajo para regresar antes a la aldea y así poder pasar el resto del día en la playa fluvial de Alcoutim que estrenaba su temporada. Y parece que las cabras, acabaron pensando igual que ellos.
Donde se ponga un niño, que se quite un pastor. Los animales hicieron caso omiso a su guía y a un ritmo casi frenético comenzaron a seguir a los más pequeños por el atajo. Y ellos, con la lección bien aprendida, abriendo el paso de los caminos y recorriendo las calles del pueblo, acabaron llevándolas al corral, como el mejor de los pastores.
Fue un día intenso y divertido para todos. A los niños se les despertó un gran apego para unos animales que prácticamente desconocían y a nosotros, que ya teníamos un especial cariño por esta tierra, se nos hizo más fuerte la debilidad por ella.
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