São Brás de Alportel y su viaje en el tiempo



Uno de los episodios más gratificante que hemos vivido en el Algarve fue hace algunos años en São Brás de Alportel. Aquella noche, la localidad algarvia finalizaba los actos de celebración de su centenario como ciudad y lo hacía regresando al pasado. El centro de la ciudad y sus gentes se disfrazaron de 1914 y recrearon la vida y el espíritu de aquellos años de prosperidad y de implantación de la República. Un particular viaje en el tiempo que se repite una vez al año.


La imprevisibilidad y los contrastes constantes son dos de los aspectos que me fascinan de Portugal en general y del Algarve, en particular. Un día caluroso de mayo estás tumbado en la hamaca de un sofisticado chiringuito en Vale do Garrão; y en cuestión de horas y pocos kilómetros, casi como por arte de magia, te ves sentado en una tasca de principios de siglo, escondida en la callejuela de un precioso pueblo, tomando vino de garrafa y 'tremoços', con dos taberneros, que bien podría formar parte de la cuadrilla a lo luso de Curro Jiménez. Al final, cuando uno vuelve a casa, la sensación es que la percepción espacial y temporal se acaba trastocando cuando cruzas la frontera.


¿Quién no ha querido alguna vez viajar en el tiempo? Regresar al pasado es un anhelo incesante del ser humano, tanto como saltar al futuro, un leitmotiv continuo de la literatura y del cine y también, últimamente, un recurrente para justificar las fiestas de pueblos y ciudades.


Sin embargo, ni por asomo, me hubiera imaginado que aquella feria histórica a la que llevé a mis amigos aquel día iba a ser una experiencia tan auténtica y entrañable, algo completamente distinto a cualquier evento de corte similar. Aunque podría haberlo intuido, teniendo en cuenta la elegancia y cuidada ambientación del Museo del Traje de São Brás de Alportel y el interés continuo de sus gentes por preservar su memoria colectiva.


La recreación histórica abarca la parte más bonita de São Brás, su centro histórico, esas calles de preciosas casas que guardan el patrimonio más valioso de esta localidad. Aquí está la iglesia, con su balcón hacia el mar, el Paços do Concelho, el Jardín de la Verbena, residencia de verano de los obispo, el Largo da Praça y la casa del fundador del municipio João Rosa Beatriz. Un entorno que se llena de flores el domingo de 'Aleluia', el de Pascua, con sus 'Tochas Floridas'.


Este pintoresco marco urbano, salvaguardado de las construcciones modernas y con una identidad muy especial, es el escenario donde transcurre la recreación de la propia historia de este lugar cien años atrás, cuando era una de las ciudades más prósperas y populosas del sur de Portugal, gracias a la industria del corcho.


Comenzamos nuestro paseo por las calle Gago Coutinho, atravesando un gran arco que servía de portada al evento. A lo largo de toda la calle, los comercios y locales de sus casas se habían transformado en los negocios de antaño y recordaban a sus queridos propietarios: el fotógrafo, el farmacéutico, el estanquero o el fotógrafo.



En los portales y en las aceras los sambrenses hacían de figurantes de esta recreación histórica, disfrazados de la rica burguesía, de aguadores, de panaderos, de costureras, de militares, de cesteros…, que intercalaban historias con visitantes y turistas.


A mitad de la calle, empezamos a encontrarnos con los puestos de los artesanos locales, salpicados por las callejuelas y las plazas colindantes. Tenderetes de dulces, quesos, juguetes, corcho, cestos...


Nuestra primera parada fue en una diminuta taberna, la taberna Pardal, un lugar insólito.


En aquel pequeño local, una especie de cajón desastre con miles de recuerdos de São Brás de Alportel, nos tomamos la primera copa de vino con altramuces y alubias aliñadas, ojeando decenas de portadas del periódico local.


Del Largo da Praça nos dirigimos al Centro de Artes y Oficios, donde los más pequeños se entretenía con títeres y teatro y los grandes nos entretuvimos con una exposición de rótulos antiguos de los negocios de São Brás.


En cada esquina, en cada rincón, había una sorpresa, figurantes, teatros, animaciones o artesanos recreando un tiempo perdido, un tiempo de euforia política y cultural, de negocios, de riqueza y de ideales, cuando São Brás de Alportel era una tierra de oportunidades.


Después de recorrer las calles del centro y disfrutar de los dulces, del pan, del queso de los mercadillos, de comprar artesanía, de ver algún que otro espectáculo, acabamos junto a la plaza de la iglesia, rodeada para la ocasión de un mercado, tascas y bancadas.


Allí, encima de esas tumbas, acabamos cenando un guiso casero, bifanas y un delicioso chorizo recién asado.


No había prisa por abandonar aquella escena, así que, los ricos dulces caseros que habíamos comprado en los tenderetes, nos lo acabamos comiendo en una exhibición de folclore en el Jardín de la Verbena. ¿Cuántas veces, después de visitar una ciudad, han pensado lo fascinante que sería haberla conocido en su pasado? ¡Ahora tienen la oportunidad de darle marcha atrás al reloj!

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