Estoy segura que quien venga al Algarve por primera vez quedará prendado de sus calas. No hay imagen más típica de esta región en el mundo que la de estas playitas de arena dorada escondida bajo altos acantilados, con aguas transparente y esmeralda. Una de estas calas especiales es la de São Rafael, no muy lejos de Albufeira, nominada no hace mucho a llevarse el título de la mejor playa europea y la verdad es que le sobran motivos.
Es verdad que el Algarve tiene muchos rincones carismáticos y maravillosos, pero la calas son uno de sus mayores emblemas; pequeñas bahías, algunas de ellas de difícil acceso, que ilustran las portadas de las más importantes guías y revistas de viajes y que siempre aparecen en el top ten de las playas más bonitas del continente.
Las calas empiezan a formarse en las falesias de Albufeira, en Olhos d’Água, y desde ahí se extienden hasta los altos acantilados de la misma Costa Vicentina. Precisamente, uno de los recorridos más impresionantes y bonitos que puedas hacer para disfrutar de este paisaje costero empieza al oeste de Albufeira, en la cala de São Rafael, un trocito del paraíso, sobre todo si las conoces y la disfrutas fuera del bullicio del pleno verano.
Desde aquí se inicia un trayecto de unos cinco kilómetros en el que se van sucediendo una cala tras otra, a cual más atractiva y enigmática. Ya en Galé, los acantilados y las rocas van desapareciendo progresivamente para dar paso a una extensa playa, la de Salgados.
La playa de São Rafael es una de las más entrañables para mi familia, en ella están los recuerdos de aquellas vacaciones con los abuelos en el hotel São Rafael Suites y las escapadas invernales al hotel São Rafael Atlántico, desde el que, tras un jardín de pequeños olivares, se dejaba ver el océano y bajamos a aquella solitaria cala a dormir la siesta.
São Rafael está a unos cuatro kilómetros al oeste de Albufeira, no muy lejos de su puerto deportivo. Para llegar hasta aquí tienes que tomar la carretera dirección hacia la marina y, pocos metros más adelante subir hacia la derecha hacia la población de Sesmarias para volver a bajar cerca del Atlántico, hasta los aparcamientos de la cala, donde una escalera o rampa te lleva hacia la arena.
No muy lejos de aquí, algo más arriba de los aparcamientos, en el restaurante Praia Grande, nunca falta la buena comida y la simpatía para almorzar o cenar frente al mar.
La playa, precedida por una pequeña calita al este, la de Arrifes, está resguardada del viento por grandes paredes de roca y salpicadas de enormes piedras y peñascos que simulan estrambóticas esculturas.
Quizá lo más significativo y deslumbrante de São Rafael sean esas enormes paredes de piedras coronadas de arbustos y con profundas cavidades, los algares, por los que el agua entra y sale caprichosamente.
La playa dispone de todo para echar el día y no moverte mucho, tumbonas, vigilancia, un buen chiringuito y un agua calma y cristalina, que la convierten en uno de los mejores lugares para el snorkel de toda la región.
Pero cuando venimos hasta aquí, lo que más nos gusta es subir hasta lo más alto de los acantilados y disfrutar de sus vistas maravillosas y de los paisajes casi lunares que adquieren las rocas.
El paseo desde aquí arriba dirección hacia la cala de la Coelha es una auténtica aventura, no exenta de algún que otro 'peligro' para el pie. Un sendero que al filo de los acantilados atraviesa las calas de Ninho de Andorinha, la de Ponte Pequena y la de Ponta Grande.
Y donde te tropiezas con pequeñas playas desiertas en las que puedes disfrutar de un baño maravilloso.
Por mucho que haya bordeado estas montañas, nunca me deja de sorprender este paisaje de la costa algarvia y esos rincones anónimos en los que mojarse los pies en el mar.
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